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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

La niebla nos tapa el paisaje
Foto enviada por cuenka

Al fin llegaron a casa de Cenicienta, y claro está que sus hermanastras no pudieron calzar el zapato, pero cuando se lo puso Cenicienta vieron con estupor que le estaba perfecto.
Y así sucedió que el Príncipe se casó con la joven y vivieron muy felices.
Como una exhalación atravesó el salón y bajó la escalinata perdiendo en su huída un zapato, que el Rey recogió asombrado.
Para encontrar a la bella joven, el Rey ideó un plan. Se casaría con aquella que pudiera calzarse el zapato. Envió a sus heraldos a recorrer todo el Reino. Las doncellas se lo probaban en vano, pues no había ni una a quien le fuera bien el zapatito.
La llegada de Cenicienta al Palacio causó honda admiración. Al entrar en la sala de baile, el Rey quedó tan prendado de su belleza que bailó con ella toda la noche. Sus hermanastras no la reconocieron y se preguntaban quién sería aquella joven.
En medio de tanta felicidad Cenicienta oyó sonar en el reloj de Palacio las doce.
- ¡Oh, Dios mío! ¡Tengo que irme! -exclamó-.
- No te preocupes -exclamó el Hada-. Tu también podrás ir al baile, pero con una condición, que cuando el reloj de Palacio dé las doce campanadas tendrás que regresar sin falta. Y tocándola con su varita mágica la transformó en una maravillosa joven.
Un día el Rey de aquel país anunció que iba a dar una gran fiesta a la que invitaba a todas las jóvenes casaderas del reino.
- Tú Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa fregando el suelo y preparando la cena para cuando volvamos.
Llegó el día del baile y Cenicienta apesadumbrada vio partir a sus hermanastras hacia el Palacio Real. Cuando se encontró sola en la cocina no pudo reprimir sus sollozos.
- ¿Por qué seré tan desgraciada? -exclamó-. De pronto se le apareció su Hada ... (ver texto completo)
La Cenicienta

Hubo una vez una joven muy bella que no tenía padres, sino madrastra, una viuda impertinente con dos hijas a cual más fea. Era ella quien hacía los trabajos más duros de la casa y como sus vestidos estaban siempre tan manchados de ceniza, todos la llamaban Cenicienta.
La niebla lo tapa, sí, pero... ¿a dónde pertenece este paisaje? Yo diría que a Cuenca capital pero.... ¡No estoy segura!
Mi Pato
Para jugara la pelota

Mi pato
no come,
no bebe,
ni usa zapatos.
A la rueda de mi pato
ala redondela,
a la media vuelta,
a la vuelta entera. ... (ver texto completo)
Ahora, tras todo un siglo siendo redescubierto, admirado, estudiado e imitado, llega un centenario con dos años de preparación, que incluye una intensa agenda de actividades. Y no puedo menos que pensar que el Greco, después de pasar media vida siendo rechazado por los venecianos, los romanos y la corte de Felipe II, debe de estar contemplando semejante despliegue con cierta perplejidad.
Fue, como muchas otras cosas, el siglo XX el que tomó las “rarezas” y las convirtió en bandera. Su importancia de la luz y el color, su falta de volumen y de perspectiva, su escasa dependencia del realismo… todos esos valores fueron ensalzados por coincidir con la pintura del siglo XX, de modo que en él vieron un precedente corrientes diferentes entre sí como impresionistas, fauvistas, expresionistas,…
Sin embargo, su obra se irá olvidando cuando el Barroco español siga otro rumbo: la elegancia del Greco dejará paso a la expresividad y dramatismo, sus figuras etéreas serán sustituidas por figuras rotundas, su intensa luz por el tenebrismo importado de Italia, sus delicados colores por tonos terrosos y bermellones. Y el Greco se convierte una rareza, un pintor de nombre impronunciable que pintó cuadros excéntricos en una ciudad en claro declive.
Y Toledo, antigua capital del país más católico de Europa, vibra con esas pinturas. Sus oscuras iglesias se iluminan con los colores del maestro cretense. Los encargos le llueven, su prestigio crece. Se le perdona su relación con Jerónima de las Cuevas, con la que tuvo un hijo sin casarse, o incluso sus arrebatos de orgullo, como cuando se negó a pagar impuestos por su trabajo alegando que él no era un simple artesano sino un artista cuya labor era intelectual, no manual. Un precedente al que muchos ... (ver texto completo)
Se ha especulado mucho respecto al alargamiento progresivo de sus figuras. Desde defectos en la vista hasta influencia tardía del manierismo romano. En realidad, ese alargamiento ya estaba presente en los iconos con los que aprendió a pintar. Y está en consonancia con lo que quiere representar. Si Miguel Ángel transparentaba el alma de sus personajes a través de las complejas anatomías de los cuerpos, el Greco prescinde de los cuerpos y representa directamente el alma.
La maestría del Greco es precisamente su forma de tratar el color. Sale de esa gama propia del Cinquecento, con rojos y azules intensos, y prefiere los colores secundarios, o incluso terciarios, que ya utilizaba Tiziano. Solo que en el Greco esos colores tienen un brillo especial y unos matices impresionantes. Verdes oliva, azules cobalto, rosas pálidos, amarillos azufre. Una gama llena de brillo que combina con grises azulados para crear figuras que parecen hechas de luz.
A veces sorprende que dos sensibilidades, aparente similares, puedan no congeniar. Tanto el Greco como Felipe II eran sumamente religiosos, representantes de la Contrarreforma, amantes del arte, admiradores de Tiziano. Pero en el fondo las diferencias entre la sensibilidad de uno y de otro eran demasiado grandes. Felipe II se inclina por las formas geométricas, estables, incluso pesadas, ordenadas y uniformes. Ahí está el Escorial para demostrarlo. En cambio el Greco propone figuras estilizadas, ... (ver texto completo)