¿Tienes un negocio?

ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

La campana de la iglesia
Foto enviada por Qnk

¡Amigo, amigo! Si alguna vez ves a un duende y decides robarle su montón de oro, no se te ocurra quitarle la vista de encima ni un instante… ¡y recuerda la historia de Pat Fitzpatrick y sus tirantes de color rojo!
Resoplando, se detuvo en lo alto de la colina para secarse el sudor. Y entonces vio ante él un espectáculo que le dejó boquiabierto. ¡Pobre Pat! De cada uno de los cardos colgaba un par de tirantes rojos, ¡miles y miles de tirantes rojos! Tenía ahora tantas probabilidades de reconocer el cardo del duende como de reconocer una gota de agua en el mar de Irlanda. ¡Menudo fiasco!
—Con que pensaste que ibas a burlarte de mí, ¿eh? —dijo jadeando—. ¡Pero no has tenido en cuenta la inteligencia de Pat Fitzpatrick!
A Pat eso no le importó. Corrió a su casa y cogió una pala. Era tan pesada que tuvo que llevarla arrastrando hasta la colina.
Pero en cuanto apartó la vista, el duende se esfumó en el aire y desapareció.
Y diciendo esto le quitó los tirantes al duende y los ató alrededor de aquel cardo, para señalarlo. Luego se metió al duende en el bolsillo.
—Ya comprendo lo que te propones —dijo Pat, estrujando al duendecillo hasta que los ojos casi le saltan de sus órbitas— ¡Como hay tantos cardos, crees que no seré capaz de volver a dar con éste!
—Puesto que no me quitas la vista de encima, no puedo decirte una mentira. Mi montón de oro está enterrado debajo de este cardo. Pero creo que vas a necesitar una pala para sacarlo.
El zapatero mágico condujo a Pat hasta lo alto de una colina, donde crecían por doquier miles y miles de cardos. Se detuvo junto a un cardo exactamente igual que los demás, y dijo:
A continuación, quitándose los tirantes de color rojo, se los puso al duende como si fuera la correa de un perro.
— ¡Ni hablar! Tú me llevarás allí -dijo Pat.
—Está bien, está bien —dijo por fin el duende— Te diré dónde hallarás mi montón de oro.
—Eres un chico cruel y despiadado, eso salta a la vista. ¡Cómo puedes hablar de oro cuando tu casa se quema y tu madre está dentro!
Horrorizado, Pat estuvo a punto de soltar al duende y correr a su casa, pero en seguida comprendió que era otro truco, y sacudió al hombrecillo hasta que éste se puso tan verde como su chaqueta.
Entonces el duendecillo estalló en sollozos y dijo:
— ¡No me engañarás! —dijo riendo y sacudiendo al duende— ¡No apartaré la vista de ti hasta tener tu montón de oro seguro en mis manos!