Por la madrugada, todas las
ventanas del sótano estaban
heladas, recubiertas de las más hermosas
flores que nuestro hombre pudiera soñar; sólo que ocultaban la estufa. Los cristales no se deshelaban, y él no podía ver a su amada. Crujía y rechinaba; hacía un tiempo ideal para un hombre de
nieve, y, sin embargo, el nuestro no estaba contento. Debería haberse sentido
feliz, pero no lo era; sentía nostalgia de la estufa.