Acuerdo para autónomos

ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Maceta azul
Foto enviada por Qnk

—Nada de eso. ¡Frío, frío! —rió el hombrecillo. Y tras dos horas de adivinanzas, dijo—: Ya puedes espabilarte mañana. Será mi última visita.
Al día siguiente, la reina trató de pensar en todos los nombres más absurdos que podría usar un enano. Y cuando éste se presentó ante ella, le preguntó: — ¿Te llamas acaso Paticojo, o Cojitranco, o Barbas Negras, o Zancarrón, o…?
— ¡No, no, no! ¡Te equivocas de medio a medio! —Después que la reina se pasó una hora recitando nombres, el hombrecillo desapareció.
— ¿Te llamas Gumersindo? ¿Baltasar? ¿Saturnino? ¿Toribio? ¿Quizá Segismundo, o Agapito, o Cucufate, o Eudaldo…?
La desafortunada reina mandó que su mensajero más fiel redactara una lista con todos los nombres menos frecuentes del reino, y ella misma se dedicó a leer todos los libros que había en la biblioteca real. Cuando el hombrecillo volvió a presentarse de improviso en el cuarto de estar de la reina, ésta le preguntó:
Y diciendo esto, desapareció antes de que ella pudiera añadir otra palabra.
—Mi nombre. Puedes intentarlo tantas veces como quieras. Pero si no has conseguido adivinar mi nombre en el plazo de tres días, me llevaré a tu hijo.
— ¿Tu nombre?
—Lo suponía —dijo el enano despectivamente—. Así que te niegas a cumplir tu promesa. Pues tendrás que cumplirla… a menos que sepas adivinar mi nombre.
— ¡No! ¡No! ¡Toma lo que quieras, mi corona, mi palacio, lo que sea! ¡Pero mi hijo no!
—He venido por mi recompensa: tu primer hijo.
Pero un día que estaba sentada con él en brazos, el hombrecillo se presentó de improviso y dijo:
Eloísa se sentía tan feliz que muy pronto se olvidó del hombrecillo y de la promesa que le había hecho. Ni siquiera se acordó de él cuando dio a luz a su primer hijo.
Al cabo de una semana se celebró en palacio la suntuosa boda real.
¡Fantástico! ¡Tu padre estaba en lo cierto! ¡Me casaré contigo!