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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Caminando
Foto enviada por cuenka

– Mamá, ¿qué es aquela cosa verde que se mece delante de los cristales por donde entra el sol?
En una bella mañana de primavera, cuando la pobre madres se disponía a salir en busca de trabajo, penetraron algunos rayos de sol a través de la ventana y llegaron alegres y brillantes hasta la cama de la niña enferma. Dirigió ésta su mirada hacia la ventana y dijo:
En la pobre buhardilla vivía una mujer muy trabajadora, que durante el día lavaba ropa, cortaba y cargaba leña y hacía otros trabajos muy duros, con los que apenas ganaba para sostenerse. Dejaba en la habitación a una hija muy bonita, pero que estaba enferma desde hacía más de una año, y que luchaba entre la vida y la muerte.
Y fue a caer sobre el tejado de una casa vecina, encajándose en la hendidura de una tabla, al pie de la ventana de una buhardilla. Allí había un poco de tierra y oculto no le veía sino Dios, que todo lo ve y de nada se olvida.” Sucederá lo que haya de suceder”, dijo con santa resignación.
Cada cual iba haciendo cálculo acerca de su destino, menos el mayor de todos, que repetía con frecuencia: ” Sucederá lo que haya de suceder”.
Y tiró los cuatro restantes en dirección distinta.
- ¿Qué buenos guisantes para mi escopeta! – dijo deslizando uno en el cañon y disparando al terminar la frase.
Y ¡crac!, se abrió la vaina. Los cinco guisantes vieron por primera vez la luz del día y cayeron, rodando, en las manos de un muchacho travieso.
– Sucederá lo que haya que suceder- dijo el mayor.
– Lo que yo quisiera saber- dijo el que era más pequeño- es cuál de nosotros desempeñará mejor papel en el mundo.
– Gracias a Dios que nos sacaron por fin de aquí- exclamaron a una voz los cinco guisantes.
De pronto, sintieron una brusca sacudida: era una mano humana que arrancaba del arbusto la vaina de los cinco guisantes y la metía en un saco con otras de su misma clase.
– Ahora todo el mundo es amarillo – decían.
Pasaron algunas semanas y los guisantes y la vaina se amarillearon.
- ¿Querrá Dios tenernos siempre inmóviles? – decía uno de ellos-. Me parece que ha de haber alguna cosa fuera de esta cáscara que nos encierra.