Tal cual se ha contado procedieron, y allí la dejaron con su suerte, hasta que ésta se percató del engaño perpetrado. Los llantos sucedieron a los quejidos y sollozos, y los
árboles se estremecieron ante la ternura del apenado sonido. Tanto se afligieron que despertaron, y un
árbol se dirigió a Myrsina, para ayudarla, diciéndole que dejase rodar el
pan por la colina, para ir después en su busca. Myrsina, paralizada por la tristeza y el susto, hizo caso al árbol. Rodó, rodó y ¡cayó! En medio de un
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