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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Los geranios
Foto enviada por cuenka

—Accederé encantada —contestó Rashida, y el príncipe mandó que se efectuaran inmediatamente los preparativos para una boda fastuosa.
—Por favor, deja que vea tus ojos, Rashida. Han hecho que me enamorara de ti nada más verte. Tus ojos me decían que tu belleza no te ha hecho orgullosa. Eres la mujer que yo andaba buscando. Me sentiré muy desgraciado si no accedes a casarte conmigo.
—Rashida —respondió con un murmullo.
La muchacha se sentía tan cohibida ante el príncipe, que no se atrevía a mirarle y se quedó con la vista clavada en el suelo.
— ¿Cómo te llamas? —preguntó el príncipe afanosamente.
Ordenó a un cortesano que fuera a buscarla y la trajera a palacio.
— ¡Qué bella es! —suspiró— Aunque anda con la cabeza erguida, su mirada es humilde. Quiero conocerla cuanto antes.
El príncipe, preso de una gran atracción, se asomó a la ventana y vio a una muchacha que portaba una cesta de mangos sobre la cabeza. Parecía muy pobre y vestía ropas harapientas, pero una sonrisa iluminó el rostro del príncipe mientras observaba sus andares airosos a través de la muchedumbre.
- ¡Mangos, mangos frescos! ¿Quién compra mis hermosos y maduros mangos?
De pronto, un buen día, oyó una voz que sonaba dulce y claramente por encima de todas las demás:
Cada mañana el príncipe se sentaba junto a una ventana que daba a la plaza del mercado. De vez en cuando se sonreía al ver los saltos de unos acróbatas o malabaristas, pero por lo general se sentía abatido, escuchando a comerciantes y compradores regateando.
—La respuesta es bien sencilla -contestaba el príncipe con tristeza—. No he conocido todavía a una mujer de quien pueda enamorarme.
—Pero, alteza —decían—, os han presentado a las mujeres más ricas y bellas de la India. ¿Cómo es que todavía no os habéis decidido?
Sus cortesanos no se lo explicaban.
La vendedora de mangos

Erase una vez un príncipe de la India que se sentía terriblemente solo. En búsqueda de una esposa había viajado desde el extremo norte hasta el extremo sur del país. Pero aunque había conocido a muchas mujeres ricas y bellas, que hubieran accedido más que gustosas a casarse con él, siempre regresaba solo a su palacio.