Cuando llegó el momento de entrar en la
capilla, ordenó abrir los portalones grandes. Como todos se sorprendieron ante esta nueva extravagancia, él explicó:
— ¡Mis cuernos son tan grandes que no pueden pasar por la portezuela pequeña!
Ante las caras de circunstancias de los presentes, por fin el ataúd fue enterrado, grabándose sobre la
piedra que lo cubría el nombre de madame de Montespan.