– ¡No puede ser! ¡Maldito pícaro! – gruñó furiosamente – Pero no te vas a salir con la tuya. Esta vez vendré dentro de un año a buscar todo lo que nazca bajo la tierra y tú te quedarás entonces con todo lo que crezca de la tierra hacia arriba.
El diablo reventó de furia y comenzó a dar golpes bruscos contra el suelo.
– Pues bien poco te llevarás, pues he plantado zanahorias, rábanos y remolachas que crecen de la tierra hacia abajo, así que tendrás que conformarte solamente con las hierbas.
– Hola bribón, vengo a que cumplas tu parte del trato. Dame lo que me pertenece – exclamó el diablo entre sonrisas pícaras.
Sin pensarlo dos veces el diablo aceptó, y se marchó a toda velocidad hasta perderse en la lejanía. El tiempo pasó como una hoja en el viento, y el muchacho se dedicó a sembrar zanahorias, rábanos y remolachas, pues como él bien sabía, son verduras que crecen bajo la tierra. Al cumplirse un año exactamente, una soleada mañana apareció el diablo.
– Lo que tú digas, bicho. Pero para evitar confusiones, tú te llevarás todo lo que crezca de la tierra hacia arriba, mientras yo me quedaré con lo que nazca de la tierra hacia abajo.
– Pues no. Simplemente vendré dentro de un año exactamente y me llevaré todo lo que hayas cultivado en tu granja. ¿Aceptas?
¡Jum! ¿Me estás intentando engañar? – preguntó el chico frotándose la barbilla.
– ¡Está bien! – gritó el demonio finalmente alzando sus dedos en el aire – En verdad, eres más listo de lo que creía. Pero antes de darte mi tesoro te propongo hacer un trato.
El diablo no pudo disimular su confusión, ¡Aquel chico no le tenía el menor miedo! Y como estaba tan furioso comenzó a dar pequeños brinquitos en el suelo y a golpear la tierra con sus puños.
– Pues si ese tesoro está dentro de mi granja, significa que me pertenece a mí – sentenció el campesino mirando a la bestia fijamente.
– Para nada, triste humano, he venido a observarte porque no creo que seas tan listo. – respondió el diablo mientras se frotaba las manos frenéticamente – Justo en este lugar he escondido un tesoro de piedras preciosas y joyas de oro, pero me pertenecen sólo a mí.
– ¿Qué haces ahí, demonio? – le preguntó el chico secándose el sudor – ¿Acaso intentas robarme?
Seguidamente, tapó el hueco y se sentó sobre él. Así quedó durante horas observando al muchacho hasta que al fin, éste notó la presencia del diablo.
Al llegar, el diablo encontró al joven campesino labrando la tierra, y sin hacer mucho ruido, abrió un hueco en el suelo y lo rellenó con diamantes y joyas de oro.