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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Ramillete azul de flores
Foto enviada por cuenka

Al final la hermana mayor dijo:
Por eso nadie se atrevía a arrancar ningún fruto del árbol, ni siquiera las princesas, que iban todos los días a ver si el viento había hecho caer alguna al suelo. Pero aunque las ramas estaban tan cargadas que se doblaban hasta el suelo, nunca encontraran ninguna.
– ¡Quien toque mis manzanas se hundirá bajo tierra a una profundidad de cientos de brazas!
En aquel jardín había un árbol cargado de manzanas color sangre tan buenas, que el rey había lanzado una maldición contra cualquiera que intentase robarlas:
Las tres princesas

En Alemania, hace mucho, mucho tiempo, vivía un rey que tenía tres hijas, tres muchachas belles como el sol que todos los días paseaban por el jardín del palacio.
Un botoncito muy tierno asomaba a la tierra muy cerca de ella. Esto la reanimó de inmediato y volvío su corazón a alegrase y sus pétalos a relucir su belleza. Florecilla Silvestre no estaba sola, tenía un retoñito a quien cuidar y por ese botoncito ella vive alegre como ninguna Florecilla del campo lo fue jamás.
Un mañana que parecía era el fin de Florecilla pues se había desvanecido por completo, vio a su lado que había una pequeña flor.
Y realmente no se equivocó, Elarhú nunca más apareció por esos campos.

Florecilla Silvestre quedó muy apenada, no entendía ni cómo ni por qué Elarhú se había marchado. Su tristeza era tanta que su pétalos empezaron a marchitarse y las hierbas cada vez se multiplicaban más a su alrededor. Así fue pasando el tiempo y Florecilla parecía que de melancolía se iba a morir.
Pero Elarhú solo estaba físicamente allí, sus pensamientos estaban en otro lado. Cogió su cantimplora y vació de golpe el agua. Y como estaba tan, pero tan distraido, el agua fue a dar a un costado. Parecía la primera vez, cuando a Florecilla no le cayó ni una gota de agua. Elarhú ni reparó en ello y se despidió de Florecilla

Florecilla sintió en esa despedida, un adiós para siempre.
– Elarhú ¿trajiste agua?

– Si, por supuesto, contestó Elarhú, Ahora te riego.
El payasito empezo a contarle a Florecilla con muchas incoherencias que acabaron por desconcertarla. Elarhú hablaba de una y otra cosa, que se suponía Florecilla debía estar bien informada, sin embargo Elarhú jamás le había contado de todo aquello, y al naturalidad con que lo hacía aumentó más su desconcierto.

Elarhú no frotó su naricita como otras veces y ni se preocupó por echarle agua a Florecilla, por lo que esta le preguntó:
Florecilla quiso preguntar a Elarhú por qué estaba tan cambiado y sobre todo por qué tenía la naricita tan colorada.

¿Habrá frotado otros pétalos? pensó Florecilla; pero frefirío quedarse callada y esperó a ver que decía Elarhú.
¿Le habrá pasado algo? pensó y aguardó toda la semana con angustia y melancolía. Ya finalizando la semana y al vez que Elarhú no aparecía, su pena fue tan, pero tan profunda, que de sus bellos ojos escaparon dos gruesas gotas de lágrimas
Pero un miércoles, que debería Elarhú irla a vez, no apareció. Florecilla se puso muy triste.
Y así fueron pasando una y otra semana; uno y otro mes. Florecilla Silvestre ya se había acostumbrado a los cuidados del payasito Elarhú y a la forma tan peculiar con él le expresaba su cariño, que al llegar a media semana ya se ponía impaciente a experarlo.