Para que todos recordasen lo sucedido, el lugar donde vieron desaparecer a los niños lo titularon
Calle del Flautista Mágico. Además, el alcalde ordenó que todo aquel que se atreviese a tocar en Hamelin una flauta o un tamboril, perdiera su ocupación para siempre. Prohibió, también, a cualquier hostería o
mesón que en tal calle se instalase, profanar con
fiestas o algazaras la solemnidad del sitio.