Había un atajo que atravesaba los
campos de brezos, en dirección a la comisaría. Tamboril se animó y comenzó a galopar. Pepe pesaba menos que una pluma.
Monte arriba, se dirigieron hacia un muro de
piedras muy bajo. A Tamboril le encantaba saltar; acortó el paso y se dispuso a pasar sobre el muro.