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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

De color naranja
Foto enviada por Qnk

Entonces ¿porqué quieres llevarme? –preguntó Patoso.
La verdad ­continuó la mariposita­, es que a las hadas no les interesan mucho las abejas, esos bichitos tan sensatos y rutinarios. No sabéis hacer nada más que trabajar y acumular miel para que la usen otros.
Te enseñaré algo mucho más entretenido. Hay un baile de hadas esta noche en el musgo bajo el gran roble. Necesito pareja, y tú eres el adecuado. »
¡Ven conmigo! –continuó la mariposa
¿No estarás desperdiciando esta hermosa mañana atareada con tus tarros de miel? ¿Cómo puedes ser tan tonto? Yo, cuando tengo hambre, bebo todo el néctar que me apetece, ¡pero no malgasto mi tiempo recogiendo miel para que se la coman otros! Patoso agachó la cabeza, pero no contestó porque no le gustaba que se rieran de él.
Bueno, Patoso –dijo con una vocecita delicada
La abeja que no quería trabajar

Érase una vez una soleada mañana de verano, en la que la brisa rizaba las nubecitas blancas en el cielo azul, y los prados estaban llenos de ranúnculos dorados. Era el día ideal para recoger miel. Eso era lo que pensaron las abejas, y todas se apresuraron a ponerse su chaqueta de terciopelo pardo, para salir a trabajar rápidamente. Todas menos el zángano Patoso. Al zángano Patoso no le gustaba trabajar. Pero cuando las otras abejas se iban, la colmena resultaba ... (ver texto completo)
Igual la cuento otro día…
Ah, nadie supo jamás quién o qué hizo desaparecer la caja mágica aunque cuentan de cierto viejo y gruñón dragón al que, aquel año, se le vio sonreír más de lo habitual y llevar unos curiosos y brillantes adornos en sus alas pero, bueno, eso es otra historia bien diferente.
A partir de entonces, Muérdago, dejó de guardar la magia navideña en una cajita escondida en su casa-abeto en lo profundo del bosque mágico. No lo necesitaba. Tenía una fuente inagotable de magia en los cálidos corazones de los niños.
De sus sonrisas tomó la luz, de sus voces la música, de sus ojos el brillo mágico, de sus abrazos el calor, de sus sueños la ilusión, de su corazón el amor. Fue de aquí para allá, recolectando un poco de cada niño y, cuando hubo reunido una considerable cantidad de magia volvió a sobrevolar el mundo dejándola caer sobre pueblos y ciudades, sobre cada casa y cada edificio. Y, a su paso, todo cobraba color y calor.
Muérdago saltó, bailó y cantó llena de alegría. Agitó sus doradas alas y, alzando el vuelo, puso rumbo a nuestro mundo, para recoger la magia infantil y luego repartirla por todos los corazones adultos del mundo.
Daba igual que no encontrara la cajita. La magia que guardaba en ella no era la importante, la verdadera magia, la que contaba, era la que guardaban los niños durante todo el año en sus corazones.

Ellos eran los auténticos cofres mágicos.
No había tiempo de ponerse a investigar. La Navidad estaba a la vuelta de la esquina, tenía que encontrar una solución pronto. Y, mientras le daba vueltas al asunto y pensaba en las caras llenas de ilusión de los niños, a Muérdago se le ocurrió una idea. En un instante tuvo claro lo que debía hacer.

¿Cómo no se le había ocurrido antes? La respuesta estaba en los niños. Por supuesto.
El hada lloraba con enorme desconsuelo. Era la primera vez que fallaba en su importante misión. ¿Cómo iba a explicarlo ante el Consejo Supremo? ¿Y qué iba a ser de los niños? ¿Cómo iba a mirar a la cara a los habitantes del bosque? ¿Qué sería de los niños? ¿Quién se habría llevado la cajita? ¿Y qué iba a ser de los niños? (Como se puede comprobar a Muérdago le preocupaban mucho los niños…).