A la mañana siguiente, mientras el sol se levantaba sobre el palacio, el príncipe pidió al rey la mano de su bella hija. Y cuando éste les dio su bendición, partieron hacia el reino del príncipe. Todo el mundo aclamó a los príncipes al verlos partir en un resplandeciente carruaje tirado por ocho briosos corceles. Y la princesa y el príncipe encantado vivieron felices el resto de su vida. —Pues mañana mismo iremos a mi reino y nos casaremos. —Sí, acepto. —Soy el príncipe de Nara. Hace muchos años, cuando no era más que un niño, una hechicera me convirtió en una rana. Dijo que nunca dejaría de ser una rana hasta que una hermosa princesa me diera un beso. Y tú, querida mía, hermosa mía, has roto el maleficio. ¿Querrás casarte conmigo, amada mía? — ¿Quién…, quién eres tú? —preguntó asombrada la princesa.