-Jo, jo, jo -dijo el reno para sí-. ¡Qué hermosa es la Navidad! Rodolfo no parecía escucharle. Contemplaba las estrellas, más allá de los tejados cubiertos de nieve. Una luna de oropel se columpió al sonido de las campanas de la iglesia. -Lo siento, Rodolfo -le dijo al salir de la chimenea-. En el futuro pienso hacer los regalos en Nochebuena. Volvió a subir al tejado. Esta vez le resultó más fácil trepar y sus crecidos bigotes de invierno evitaban que el hollín se le metiera en la nariz. -Ah, qué hermosa es la Navidad, -suspiró, y un nudo en la garganta le impidió soltar su “Jo, jo, jo”.