2. Venimos a ofrecerte
las flores de este suelo
con cuánto amor y anhelo,
Señora, Tú lo ves. (2v) – ¿Y dónde estuviste? – ¡Ay, padre! Estuve en una gazapera, en el estómago de una vaca y en la panza de un lobo. Pero desde hoy me quedaré con ustedes. – Y no volveremos a venderte por todos los tesoros del mundo -dijeron los padres, acariciando y besando a su querido Pulgarcito. Le dieron de comer y de beber y le encargaron vestidos nuevos, pues los que llevaba se habían estropeado durante sus correrías. Despertaron, por fin, su padre y su madre y corrieron a la despensa, mirando al interior por una rendija. Al ver que dentro había un lobo, volvieron a buscar, el hombre, un hacha, y la mujer, una hoz. – Quédate tú detrás -dijo el hombre al entrar en el cuarto-. Yo le pegaré un hachazo, y si no lo mato, entonces le abres tú la barriga con la hoz. Oyó Pulgarcito la voz de su padre y gritó: – Padre mío, estoy aquí, en la panza del lobo. Y exclamó entonces el hombre, gozoso: – ¡Alabado sea Dios, ha aparecido... Allí trató el pequeñín de abrirse paso hacia el exterior, y, aunque le costó mucho, por fin pudo llegar a la entrada. Ya iba a asomar la cabeza cuando le sobrevino una nueva desgracia, en forma de un lobo hambriento que se tragó el estómago de un bocado. Pulgarcito no se desanimó. «Tal vez pueda entenderme con el lobo», pensó, y, desde su panza, le dijo: – Amigo lobo, sé de un lugar donde podrás comer a gusto. – ¿Dónde está? -preguntó el lobo. – En tal y tal casa. Tendrás que entrar por la alcantarilla... Corrió hacia el señor cura y le dijo, alborotada: – ¡Santo Dios, señor párroco, la vaca ha hablado! – ¿Estás loca? -respondió el cura; pero, con todo, bajó al establo a ver qué ocurría. Apenas puesto el pie en él, Pulgarcito volvió a gritar: – ¡Basta de forraje, basta de forraje! Se pasmó el cura a su vez, pensando que algún mal espíritu se había introducido en la vaca, y dio orden de que la mataran. Así lo hicieron; pero el estómago, en el que se hallaba encerrado Pulgarcito, fue arrojado al estercolero.