Total, que con un ruido sordo, las puertas de la cárcel se cerraron tras Pinocho, el muñeco que no sabía elegir a sus amigos. —Eres un bobo, Pinocho, y los bobos merecen ser engañados. Puesto que has perdido cuatro monedas de oro, irás a la cárcel y permanecerás allí cuatro meses. Con las risotadas del loro resonando en sus oídos, Pinocho regresó a Trampa de los Bobos y se personó en el Tribunal del pueblo para reclamar justicia. Una vez en presencia del presidente del tribunal, un viejo y sabio gorila, acusó al gato y al zorro de fraude y robo. Cuando el juez hubo escuchado las pruebas, golpeó la mesa con su mazo y dictó sentencia: —Pero mira que eres tonto, casi me muero de risa al verte plantar el oro. El zorro y el gato, los muy astutos, regresaron nada más irte tú, cogieron las monedas y huyeron. Con una terrible sensación de aesaliento, Pinocho se apresuró a volver al lugar donde había enterrado las monedas. El hoyo había sido excavado de nuevo ¡y estaba totalmente vacío! Pinocho cayó de rodillas completamente desesperado y oyó una risotada que provenía del árbol que había tras el. Se volvió y vio a un loro enorme, limpiando y componiendo sus plumas.