Ayer era el gato de una bruja”, pensó Gobolino. “Anoche, un gato faldero. Ahora parece que tendré que ser un gato de otra clase. ¿Pero de qué clase?. - ¡Mira qué desastre! -gritó la mujer.
- ¡Te lo dije! -contestó el granjero-. Es un gato embrujado y no sirve para nada. ¡Voy a ahogarlo!
Al escuchar las palabras del granjero, Gobolino saltó de su caja y salió zumbando por la puerta de la
cocina. Corrió por el sendero y desapareció montaña arriba. - ¡Bien! Yo me voy. ¡Buenas noches, gatito embrujado! -dijo el duende, saliendo por la ventana.
Gobolino volvió a su caja a dormir. A la mañana siguiente la mujer del granjero descubrió las lanas hechas un lío y también que alguien había robado toda la nata de la despensa. En el suelo había un letrero con estas palabras: ¡GOBOLINO ES UN GATO EMBRUJADO! El duende se rió.
- ¡Ajá! ¿Así que eres un gato embrujado?
- ¡Oh, no! Ya no lo soy. ¡Esta tarde empecé a ser un gato doméstico y lo seré por siempre jamás!
El duende lanzó una sonora carcajada e hizo una pirueta. Tiró una labor que había en una silla y enredó la lana en las patas de la mesa.
- ¡Ten cuidado! -gritó Gobolino.
... Al oír esto, Gobolino se acordó de lo solo que se había sentido al perderse. Se acercó a la ventana y dijo:
-Puedes entrar a calentarte un rato.
El duende saltó por la ventana y dejó sus huellas sucias en el suelo de la cocina.
- ¿Cómo estás? ¿Y tu familia? -preguntó, tirándole de la cola.