Podéis imaginaros cómo se enfadó la vieja madre del zorro. Salió al patio, cogió los zuecos de madera, se los arrojó a su hijo y lo hizo caer del tejado.
Así el zorro, en lugar de una buena cena, consiguió dos chichones: uno se lo hizo su madre con el zueco; el otro se lo hizo al caer del tejado. Vaya, vaya, he dormido bien, pero parece que esta bolsa se vuelve cada vez más pesada.
Cuando avistó su casa, gritó desde lejos:
-Mamá, mamá, pon la olla de cristal en la chimenea que llego con la cena.
La vieja madre del zorro puso la olla de cristal en la chimenea, la llenó de agua y encendió el fuego.
Mientras el agua hervía, el zorro subió al tejado y desató la bolsa encima de la chimenea.
- ¡Señor gato, señor ratón, señor gallito rojo, acomodaos en la olla! –exclamó y echó campana... Uniendo sus fuerzas, remendaron muy bien la bolsa y se fueron corriendo a casa. Y, desde aquel día, el gato y el ratón ayudaron siempre al buen gallito rojo.
En cuanto al zorro, poco después se despertó, cargó con la bolsa al hombro y retomó su camino. Y, mientras tanto, pensaba: Uniendo sus fuerzas, consiguieron tres piedras y las pusieron en la bolsa. Entonces el gallito preguntó:
- ¿Quién quiere ahora remendar la bolsa?
-Yo –dijo el gato.
-Yo, yo –dijo el ratón. -Yo –dijo el gato.
Yo, yo –dijo el ratón.
Uniendo sus fuerzas, cortaron la bolsa y salieron al exterior. Entonces el gallito rojo preguntó:
- ¿Quién trae unas piedras?
Yo –dijo el gato.
-Yo, yo –dijo el ratón.