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No, nunca —contestó el profesor—. Lo guardaremos en secreto. Y no pienso sacarme la chaqueta ni para dormir. Quiero tener sueños maravillosos
— ¿Les dirás que fuiste tú que derramabas pinturas sobre las nubes? —preguntó ella.
—Escucha esto, querida: “Una lluvia de colores cae cerca de París.” “ ¡Los científicos no aciertan a explicárselo!”
La señora Popof se puso muy contenta al verle y oírle relatar todas sus aventuras. Y rió de buena gana cuando él le leyó, mientras desayunaban, el periódico.
Y así, al anochecer, el profesor se elevó por encima de las luces centelleantes de la Ciudad de la Luz. Agotado después de tantas emociones, no tardó en quedarse dormido. No se despertó hasta aterrizar en el jardín de su casa. El porrazo que se dio fue de época.