El árbol de los nidos, ALCONCHEL DE LA ESTRELLA

Así obró, sin pensarlo, el joven. Y fueron dichosos, y ricos, gracias al ganado que por azar les había arribado. Una vida sencilla es, la mayoría de veces, una vida feliz
“Martilla un clavo en el umbral de nuestro portal, y entonces jamás podré pasar dentro o fuera”.
A partir de entonces, viviendo los jóvenes en su hogar isleño, ella desaparecía de tanto en tanto. Se desvanecía sin explicación aparente, para consternación del náufrago. Un día, compungido y cansado de guardar silencio, le preguntó por qué a veces se iba sin avisar, a lo que ella respondió tajante y lacónicamente: “Marcho en contra de mi voluntad. Estoy obligada a partir”. Y añadió como solución:
El rebaño había sido, en efecto, otras de las armas que el padre de ella había enviado en pos de su yerno, una vez se había enterado que su hija había sido más astuta que él. La jugada le había salido mal nuevamente, pues no había podido acabar con él, y para más inri había perdido muchas de las vacas. Animalillos que bien le vendrían al náufrago para enriquecerse, desde luego.
Raudo y veloz, el náufrago temió por su vida, pues cuanto más se concentraba en acelerar, más de cerca escuchaba el retumbar de miles de pies tras él, como una estampida de ganado. No se creyó a salvo hasta que puso la mano sobre el pomo de su puerta, y entonces se permitió el lujo de mirar detrás y… ¡infinidad de vacas pacían el prado tras la valla! Otras tantas desaparecieron de su vista como un espejismo, pues estaban más allá de donde alcanzaba a ver.