13 de Noviembre
1953 Aparece el primer vehículo de la factoría SEAT, con matrícula B 87223.
Antiguo Cuaderno Escolar de los años 60. Las tapas de este ejemplar, se apartan del modelo seguido por los anteriores. En la cubierta podemos ver los diferentes modelos de automóviles existentes en la época.
AÑOS 60/70
"En las
escuelas de chicas, lo normal era que fueras castigada físicamente a la más mínima falta que cometieras en clase.
Por ejemplo, por no hacer los trabajos que te mandaban para
casa el día anterior, llegar tarde, levantarte sin permiso, de la mesa, hablar con las compañeras, etc.
La maestra te llamaba a su mesa, y tras mandarte poner los brazos extendidos y delante de ti, y las palmas de las manos hacia arriba, te daba unos cuantos golpes con la regla de madera; si intentabas apartar las manos era peor, pues podías ganarte una bofetada, y golpes más fuertes en lo sucesivo.
A continuación, venía lo que se suponía que era el verdadero castigo: estar toda la tarde de rodillas con los brazos extendidos en
cruz, y totalmente estirados. Para que sirviera de ejemplo al resto de las compañeras, te mandaban colocarte debajo de la pizarra.
Otra cosa era que tuvieras que mirar hacia ella o hacia la clase, y que tuvieras que ver a tus compañeras mientras estabas en el suplicio. En el primer caso te aburrías más, pero el segundo suponía una vergüenza añadida, pues tus compañeras podían deleitarse viendo las muecas de dolor que ponías durante el castigo
Una vez que ya estabas arrodillada y con los brazos estirados, el dolor de éstos últimos ya se manifestaba a los pocos minutos. Primero era cerca de los hombros, y los brazos caían tímidamente. Pero a los veinte minutos el dolor era ya insoportable.
- ¡Esos brazos, los quiero bien estirados!
El grito de la maestra conseguía hacértelos levantar a duras penas y valía para unos cuantos minutos.
Las rodillas tardaban más en empezar a doler, pero cuando lo hacían era con dureza. Cuando nos castigaban al lado de nuestra mesa, hacíamos “trampa”, y nos colocábamos un libro bajo las rodillas, para evitarnos los dolores (siempre que la profesora no nos descubriera), pero a la vista de todo el mundo y con la falda del uniforme por encima de las rodillas era imposible escapar.
Entonces uno levantaba las rodillas, una y otra, intentando aliviar el dolor, pero esos movimientos sólo lo aumentaban...
Pero, aun doliendo mucho las rodillas, lo peor era con diferencia el dolor de los brazos... la parte alta de los brazos, ya cerca de los hombros, empezaba a quemar; cada vez era más difícil mantener los brazos estirados y derechos, era insoportable; y lo normal era pasar así hora y media.
Las compañeras que habían pasado el suplicio de sostener libros decían que era un castigo insoportable, pero yo siempre pensé que por lo menos podían doblar los codos, mientras que aquí no te dejaban...
La tortura concluía cuando la maestra te “perdonaba” y podías volver a tu asiento; pero el dolor de los brazos no pasaba hasta muchas horas después.
AUTORIDAD.
Autoridad y respeto eran los principios que regían dentro del aula y el maestro era la persona encargada de hacerlos cumplir.
Vestido siempre con levita, en ocasiones algo raída y deteriorada, su sola presencia y su actitud altiva bastaban para imponer disciplina, por eso no importaba si alguna vez el maestro se excedía, desatando el temor en las conciencias infantiles. Pero todo era para el bien de los niños, según aquel refrán tan popular entonces que decía.
“Quien bien te quiere te hará llorar”