“La Codorniz”, la revista más audaz para el lector más inteligente
Era un equipo muy compacto que siempre procuraba buscar nuevas fórmulas, lo que unido a su gran ingenio, hicieron vivir a la revista su mayor época de esplendor. Su éxito se prolongó hasta el fallecimiento en 1970 de Fernando Perdiguero, verdadero artífice en la
sombra de todo el conglomerado, y es a partir de ahí cuando se inicia su decadencia. Muchos de los colaboradores más importantes comenzaron a marcharse y los nuevos no fueron capaces de remontar el vuelo en ningún momento.
En 1977, Álvaro de Laiglesia, después de 33 años, fue cesado como director. Es entonces cuando Manuel Summers como cabeza visible, en compañía de Chumy Chumez que regresaba también de “Hermano Lobo”, y la incorporación de Manuel Vicent, Emilio de la
Cruz Aguilar “McMacarra”, entre otros, inician la tercera etapa de la publicación. Aplican la fórmula del “destape” muy de boga en aquellos momentos pero pierden la base de todo lo que les dio fama y muchos lectores empiezan a abandonar al ver que se dejan las esencias que la habían hecho insustituible. Poco a poco va languideciendo hasta que finalmente se cierra cuando Carlos Luis Álvarez “Cándido”, en un posterior intento como director de la cuarta y última etapa, pretende remontar el vuelo sin conseguirlo. El cierre definitivo llega el 11 de diciembre de 1978 después de 1898 números publicados y la crítica del momento atribuyó su declive y desaparición a la falta de adaptación al cambio de la sociedad de su tiempo.
Visto desde la distancia, la verdad auténtica es que sólo hubo dos etapas importantes de “La Codorniz”: la de Miguel Mihura (1941-1944) y la de Álvaro de Laiglesia con Fernando Perdiguero (1944-1970). Después siguió apareciendo pero, aunque llevase el mismo nombre, el humor era completamente diferente; ya no se parecía nada al original siempre centrado en el carácter del absurdo, inteligente y experimental. Tras la desaparición de Fernando Perdiguero todo se relajó y el proyecto inició su cuesta abajo hasta que fracasó.
“La Codorniz” de su época gloriosa inventaba en cada número una nueva realidad, muy diferente y más alegre de la que existía en aquellos años difíciles, y lo hacía con gran imaginación y talento. De ahí su eslogan imperecedero: “La revista más audaz para el lector más inteligente”. Siempre será recordada no solo por lo que publicó – ¡que fue mucho y bueno!– sino por lo que no hizo. Y es que muchas de sus
portadas más famosas, las que todo el mundo recuerda y de las que aún se habla, son las que no se publicaron.