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Rastrojo

Así queda la gran parte de los campos alconcheleros cuando los agricultores acaban la recolección del verano, generalmente compuesta de cebada y algún que otro cereal.

(Anda que no me iban a dar a mí un buen rapapolvo los miembros de la Real Academia de la Lengua Española si leyesen el mensaje anterior sobre el rastrojo)

Esta es la definición que da la dicha Academia:

1. m. Residuo de las cañas de la mies, que queda en la tierra después de segar.
2. m. Campo de cultivo después de segada la mies y antes de recibir nueva labor.
3. m. C. Rica y Ven. Terreno pequeño de cultivo abandonado y cubierto de maleza.
4. m. pl. Residuos que quedan de algo.
sacar a alguien de los rastrojos
1. loc. verb. coloq. Sacarlo de un estado bajo o humilde.

Real Academia Española © Todos los derechos reservados.
Enviado por Milagros el 27/01/2017 a las 11:29

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Rastrojo es el conjunto de restos de tallos y hojas que quedan en el terreno tras cortar un cultivo.

A menudo se confunde rastrojo con restos de poco valor. Sin embargo el rastrojo es un recurso muy bueno para proteger el suelo del impacto de la precipitación erosiva y la consiguiente escorrentía.

Las prácticas de retención del rastrojo son recomendadas por los técnicos y las autoridades de conservación de suelos como un componente importante de un programa de manejo del mismo. Esto puede implicar o no la retención de altas cantidades de rastrojo, o solamente las suficientes para la función de proteger el suelo.

La presencia de rastrojo sobre el terreno es como una trampa de agua, que facilita la infiltración y reduce las pérdidas por evaporación al mantener más fría y protegida la superficie del suelo. Esta concepción es el meollo de un correcto sistema de cultivo con labranza cero.
(12 de Octubre de 2016)
Al día siguiente, una gran muchedumbre se agolpaba en torno al viejo roble: la tempestad de la noche anterior había arrancado las raíces del árbol, que ahora yacía tumbado. Algunos de los congregados no pudieron evitar verter unas lágrimas, pues el roble les había guiado hasta la costa en más de una ocasión. Pero aquel sueño glorioso fue en realidad el último sueño del viejo roble.
Desearía que todos ellos, todos los que conocí, los que me acompañaron y los que pasaron por aquí para luego emprender su camino hacia lugares lejanos,... desearía compartir con ellos esta grata sensación. -Estamos aquí -decían los pájaros en su sueño-. ¡Ya hemos llegado! -le anunciaban las pequeñas flores. - ¡Hemos venido! -decían los humanos a los que había conocido.
Soñó con los pequeños insectos, con las delicadas florecitas que le acompañaban apenas un día, para después desaparecer, dejando sólo el recuerdo... Y sintió una luz cegadora y brillante, una nueva savia que corría por su tronco hasta alcanzar las ramas más frágiles. Escuchaba de fondo el tañir de campañas que anunciaban la Navidad, y supo que, de alguna manera, la realidad se había mezclado con sus sueños.
Soñó también con todos aquellos que, en un momento u otro de su dilatada vida habían compartido aquel risco con él: parejas de enamorados que buscaban la sombra de su follaje para compartir secretos a media voz o alabarderos que aprovechaban un momento de descanso en la batalla para descansar apoyados en su tronco o incluso encender una hoguera para calentar las viandas y reponer fuerzas.
Y el viejo roble durmió y soñó, recordando episodios de su larga vida. Recordaba su cuna, una bellota. Y sus primeras ramas, ansiosas por crecer altas para acercarse más al sol, para recoger la energía de la vida. Sus incipientes raíces, buscando sustento y apoyo en lo más profundo de la tierra. Hacía ya casi cuatro siglos de aquello.