Después, regresó a terminar el conejo. Pero, ¿a dónde se había ido? La ira de Raweno había asustado tanto al pobre conejo que había huido, sin haber sido acabado. Hasta el día de hoy, el conejo debe brincar con sus patas disparejas y se ha quedado asustado, porque nunca recibió los colmillos y garras que había pedido. En cuanto al búho, él se quedó como Raweno lo moldeó en un momento de ira—con los ojos grandes, un cuello corto, orejas grandes y la capacidad para ver sólo de noche, cuando Raweno... “ ¡Ya está!” dijo Raweno. “Ahora tienes unas orejas lo suficiente grandes para que escuches cuando alguien te dice lo que tienes que hacer, y un cuello tan corto que no podrás estirar la cabeza para ver lo que no deberías ver. Y tus ojos son grandes pero sólo podrás utilizarlos de noche—no de día, cuando estoy trabajando. Y finalmente, como castigo por tu desobediencia, tus plumas no serán rojas como las del cardenal, sino feas y grises, como las que tienes.” Y frotó al búho por todo el cuerpo con... Los ojos del búho se volvieron grandes y redondos de miedo. Raweno presionó hacia abajo la cabeza del búho y jaló sus orejas hacia arriba hasta que quedaron paradas en ambos lados de su cabeza. “Whoo, whoo,” dijo el búho. “Nadie puede prohibirme mirar. No me daré vuelta ni cerraré los ojos. Me gusta mirar y miraré.”
Entonces Raweno se enfadó. Olvidándose de las patas delanteras del conejo, cogió al búho que estaba en su rama, y lo sacudió con todas sus fuerzas. “Cállate,” dijo Raweno. “Sabes que supuestamente nadie debe verme trabajando.
¡Dáte la vuelta y cierra los ojos!”
Raweno moldeó las orejas del conejo, largas y alertas, exactamente como las del venado.