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Segunda fase de la Plaza, ALCONCHEL DE LA ESTRELLA

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Pero no le dije nada. Cuando le llené el plato, le acaricié la cabeza como sin querer, y le dejé a solas con sus pensamientos. La melancolía, el pesar y la felicidad son infalibles compañeros del crecimiento. Y el crecer es algo que cada persona debe hacer por sí misma.
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Bajó los brazos, se sentó, y con la barbilla en la mano, se quedó contemplando la llegada de la noche. A la hora de la cena estaba silenciosos, con la mirada absorta. Quise preguntarle si aquél era el día en que se había revelado la realidad. Quería haber añadido: "Sé cómo es porque lo he sentido"...
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Entonces mi inquieto y ruidoso hijo hizo algo que me asombró: extendió los brazos com o si quisiera abarcar el universo. Fue un ademán conmovedor, de placer y admiración sin límites. Era un gesto heredado de innumerables generaciones; así adoraban al sol nuestros antepasados, y así permaneció mi hijo hasta que se apagó el último resplandor de la tarde...
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Mi hijo dió un grito, salió de su mundo de ensueño y subió corriendo a una silla desde donde se veía el panorama más bonito. Salió de allí dando la vuelta lentamente, viéndolo todo, con el rostro radiante vuelto hacia arriba; más allá y por encima de él, el cielo entero llameaba...
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Yo me quedé mirando y disfrutando con sus gracias, asombrándome de cómo pdodía desafiar así al frío. Me distrajo un resplandor rosado en la ventana; era el crepúsculo que extendía por el cielo su sorprendente belleza. Le señalé con el dedo y le hice una seña para que mirase...