El gato, siempre con su idiosincrasia controvertida y su magnetismo particular, constituye uno de los más atractivos animales domésticos. Estas peculiaridades del gato le hacen querido o despreciado por el hombre, pero siempre respetado por su eficacia como controlador de ratones, ratas y otros roedores indeseables. Un gato que goce de semilibertad puede, por bien tratado que esté, abandonar el hogar de su propietano e instalarse en el del vecino si allí es alimentado y no hostigado. Como cazador que es, el gato gusta del acecho y captura de las presas más comúnes: pajarillos, roedores, lagartijas, etc., aunque adaptado perfectamente a la vida diurna, sus hábitos son preferentemente crespusculares o nocturnos, mientras que durante las horas del día, dormita y observa hieráticamente el mundo que le rodea. El comportamiento del gato es inherente a la especie y no se determina con fijeza según las razas a diferencia de lo que ocurre con el perro, solamente algunas razas de gatos que conllevan defectos físicos, sordera por ejemplo, presentan pautas diferenciables imputables lógicamente al defecto que deben superar y no a la pertenencia a una raza determinada.