Foto de J. Ant. GM
Acerca de las Misas de campaña (primera parte)
La
Santa Misa requiere de una dignidad en su celebración debida al gran misterio que envuelve, que no es otro que la renovación del sacrificio redentor de
Cristo. Como es el mismo Cristo quien se hace presente bajo las apariencias del
pan y el vino tras la consagración, el culto que la
Iglesia ha dispensado a la Santa Misa siempre ha previsto no sólo cuidados materiales, sino gestos y comportamientos del sacerdote orientados a dar el trato más respetuoso y delicado que se pueda al Señor Sacramentado. Esto explica las disposiciones del derecho de la Iglesia sobre el lugar de celebración, el modo de revestirse el sacerdote y los elementos materiales que deben disponerse para decir la Misa. Sin embargo, este cuidado no ha impedido que siempre haya sido necesario prever disposiciones para casos de excepción, pues a veces se requiere celebrar la Santa Misa en lugares que no cuentan con un
altar consagrado. Tal es el caso de las Misas de campaña, donde la precariedad de las circunstancias no puede hacer desmerecer el culto que ha de darse a Dios.
Bajo el Código de Derecho Canónico de 1917, podía decirse Misa en un hogar honesto y decoroso, pero siempre sobre
piedra consagrada (el llamado "altar portátil"). Se excluía de este destino los dormitorios y
comedores. Con el código de 1983 desparece la exigencia del ara consagrada, bastando que se emplee una mesa apropiada, aunque utilizando mantel y corporal. Rige todavía la misma limitación sobre aquellos lugares donde no puede decirse la Santa Misa. Se requiere asimismo que se trate de un caso particular exigido por necesidades concretas.
Hace algún tiempo, el sitio The New Liturgical Movement publicó una serie de entradas sobre las Misas de campaña. El primero de ellos fue escrito por el Prof. Peter Kwasniewski, conocido por los lectores de esta bitácora, y en él se aborda las condiciones para una celebración adecuada de esta clase de Misas según la forma extraordinaria (véase aquí el original en inglés). Los dos artículos siguientes son un complemento del anteriormente referidos y reproducen imágenes enviadas por los lectores de Misas de campaña según el rito tradicional (véase respectivamente los originales aquí y aquí). El último artículo muestra el cuidado puesto por un sacerdote que organizó una Misa pontifical reformada en medio del
campo (véase aquí el original). En esta y la siguiente entrada les ofreceremos la traducción de esos artículos hecha por la Redacción.
Como cierre de esta serie sobre las Misas de campaña, en una tercera entrada queremos ofrecerles cuatro anexos: el primero sobre las normas que regulan el lugar de celebración de la Santa Misa; el segundo con imágenes de una Misa de campaña celebrada por el Papa emérito Benedicto XVI poco tiempo después de ordenado; el tercero con una
fotografía de un
joven (y hoy beato) Óscar Romero celebrado la Santa Misa al interior de
El Salvador, y el cuarto con imágenes de Misas de campaña celebradas en
Chile a través de la
historia.
Puede verse una entrada publicada con anterioridad en esta bitácora, donde se aborda un tema relacionado con el que ahora abordamos: la Santa Misa de siempre celebrada en su mínimo esplendor, vale decir, sin los elementos materiales que usualmente caracterizan su celebración.
La digna celebración de una Misa de campaña
Peter Kwasniewski
(23 de mayo de 2016)
Ahora que, al menos en el hemisferio norte, estamos en vísperas del
verano y de todas las actividades
puertas afuera y de los viajes que esto hace posible, vale la pena analizar el fenómeno de las Misas de campaña, cuya popularidad parece ir en aumento con el paso del tiempo.
Es obvio que no siempre hay una buena razón para celebrar una Misa de campaña. Como se sabe, el Derecho Canónico especifica que el lugar normal para la liturgia es una iglesia o
capilla consagradas. Pero si uno forma parte de un grupo de católicos que ha emprendido un viaje largo a través del descampado y se está a muchos kilómetros (con
montañas incluidas) de cualquier lugar civilizado, o si se va en peregrinación de varios días de un
santuario a otro, lo que resulta correcto es prever Misas celebradas a lo largo del
camino.
Pero aún así, hay que celebrarlas correctamente, es decir, con reverencia, con todos los aspectos esenciales del rito, y excluida toda posibilidad de profanación. En otras palabras, si se va a celebrar una Misa de campaña, debe hacérselo bien, y si ello no es posible por alguna razón, es mejor abstenerse de celebrarla. El P. Pierre-Jean de Smet (1801-1873), auténtico apóstol del oeste norteamericano, dijo en alguna ocasión que una de las cosas más arduas para un misionero era la cantidad de veces que se veía impedido de celebrar Misa por lo difícil de las circunstancias.
El tema de las Misas de campaña me interesó a propósito de mi vínculo con el Wyoming Catholic College, que contempla un intenso Programa de Liderazgo a Campo Abierto, el cual envía a todos los alumnos de primer año a un viaje de tres semanas por parajes solitarios, acompañados por capellanes durante las dos primeras semanas. Algunos otros viajes, como el de una semana de
invierno que deben hacer dichos alumnos, han contado con la bendición de la asistencia sacerdotal por parte de nuestros capellanes estables. Yo mismo tuve la suerte de participar en un viaje de doce días, con mochila, hace algunos
veranos atrás, durante el cual tuvimos la suerte de ir acompañados por un sacerdote de la Fraternidad de
San Pedro que celebró diariamente la Misa tradicional en medio de los
paisajes más impresionantes que he visto jamás. Incluso cantamos una Misa solemne en la
fiesta de la Transfiguración (yo había llevado conmigo una fotocopia de los Propios y del Ordinario).
En este artículo mi propósito es reunir una considerable cantidad de
fotografías y sugerencias sobre las Misas de campaña. Soy de la opinión de que algún sacerdote de sensibilidad tradicional con experiencia en viajes de mochila y otras actividades a campo abierto, debiera escribir algún día un libro amplio y abundantemente ilustrado sobre estos temas. Mientras aguardamos ese libro, tenemos al menos algunas estupendas
fotos que contemplar para inspirarnos y guiarnos, y también diez consejos que el P. Anthony Sumich, FSSP, me comunicó mientras yo redactaba este artículo.