- ¡Está bien! ¡Está bien! -gritó el ogro-. Me rindo. ¡No me aplastes como a la piedra! Puedes cortar todos los árboles que quieras, o te los cortaré yo, si prefieres, y te llevaré a casa los troncos.
Desde ese día, el ogro se encargó de que la anciana y su familia tuvieran toda la leña que necesitaban. El niño se enfrentó al ogro y gritó: -Si lo intentas, te destrozaré igual que a esta piedra.
Al decir esto, el niño agarró el queso blando y lo apretó con fuerza.
El queso se deshizo en su mano salpicándolo todo y el chorro más grande fue a dar en el único ojo del ogro. - ¿Para qué lo quieres? ¿Es que te vas de excursión con tu amigo el ogro?
Pero el muchacho no respondió y salió de casa arrastrando el hacha.
Al llegar al bosque, se acercó al árbol más grande que había. Hizo un gran esfuerzo para levantar el hacha, pero era tan grande que tuvo que dejarla caer… Sin embargo, el sonido hizo que el ogro acudiera furioso. Rugió con gran voz:
- ¡Oh, no! ¡Otro más! ¡Y no es más que un niño! Si cortas ese árbol, te haré en mil pedazos. Tú? Eres demasiado pequeño. Con ese ogro no tendrías la menor oportunidad.
- ¡Por favor, dejadme ir!
Al final, y pese a sus temores, la anciana decidió que el hijo menor probara suerte en el bosque.
Así pues, al día siguiente, el tercer hijo tomó el hacha más grande que había en la casa. Era tan pesada que
apenas podía llevarla. Fue al armario de la cocina y tomó un queso muy blando que tenía la cáscara dura. Cuando los hermanos vieron que se guardaba el queso en la bolsa, se burlaron... Me encontré a ese ogro tan horrible y me echó del bosque. Era demasiado fuerte, medía unos quince metros…
Entonces habló el hijo menor de la anciana.
-A mí sí que no me asustaría. Estoy seguro de que no. Iré a traer la leña.