Pegaso, nos llevarás a todos a casa de dos en dos —dijo León. La operación duró varios días, pero todos estaban tan satisfechos de haberse librado del dragón, que no les importó tener que esperar su turno. Para matar el tiempo, comentaban cómo su pequeño rey había conseguido derrotar al dragón, con un poco de ayuda por parte de Pegaso, por supuesto. — ¡Hurra, lo hemos conseguido! —gritó León abrazando a Pegaso. De pronto sonaron grandes vítores, y León vio que se hallaban rodeados por el Primer Ministro, el Parlamento, el equipo de fútbol y la mantícora. El dragón no había tenido más remedio que dejarlos atrás. El monstruo lanzó un grito de furia y comenzó a resoplar buscando desesperadamente la sombra. Entonces, al ver la palmera, se precipitó sobre la página y se instaló en el lugar que había ocupado antes. El dragón tenía tantísimo calor que empezaba a echar humo. Pegaso voló en torno al animal batiendo sus alas como si fueran fuelles. El humo se extendió en todas direcciones, ocultando a León de la vista del dragón. Al fin llegaron a una gran extensión desértica. No había ni pizca de sombra y el sol brillaba con fuerza en lo alto. Tan pronto como aterrizó Pegaso, León saltó a tierra y depositó “El libro de los animales” en el suelo, abierto por la página donde estaba la palmera. Mas cuando se disponía a subirse de nuevo en el caballo, resbaló y cayó. ¡En aquel momento hizo su aparición el dragón!