En el arroyo que llenaba la balsa del molinillo, al
atardecer, de
paseo por el
camino de la Fuentemurcia, ya oímos croar a las ranas. Acercándonos, asistímos a un concierto, en donde cada una, parece como si desera sobresalir en su canto sobre las demás, consiguiendo así un concierto casi ensordecededor. Supongo que, será cuestión de temporada de celo. Por la
noche en el
barrio abajo se oyen las del reguero. Mira que, de entrada son difíciles de ver, por su mimetismo con las ovas.