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En el arroyo que llenaba la balsa del molinillo, al atardecer, de paseo por el camino de la Fuentemurcia, ya oímos croar a las ranas. Acercándonos, asistímos a un concierto, en donde cada una, parece como si desera sobresalir en su canto sobre las demás, consiguiendo así un concierto casi ensordecededor. Supongo que, será cuestión de temporada de celo. Por la noche en el barrio abajo se oyen las del reguero. Mira que, de entrada son difíciles de ver, por su mimetismo con las ovas.
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Cuando los huevos fertilizados se incuban, salen nuevas larvas que ascienden para unirse a la comunidad del placton cerca de la superficie... donde se retuercen y culebrean como hicieran antes sus padres. Así se crea una gran noria de la vida que gira eternamente bajo las olas...
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Guiadas por el esquema de su ADN individual, las criaturas del placton se convierten en medusas, caracoles, pulpos, almejas, ostras, erizos de mar...
El proceso sin embargo, no termina aquí, ya que a medida que pasa el tiempo, los adultos ponen huevos y arrojan células espermáticas en cantidades generalmente astronómicas...
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Si nos asomásemos al inquieto mundo del verde grisáceo del placton veríamos flotar en él curiosos y pequeños paracaídas que, con el correr del tiempo, se van hundiendo poco a poco en suaves giros. Lo que ocurre no es otra cosa que las larvas, danzando en las ricas aguas calentadas por el sol, comen y crecen constantemente, hasta que en un momento determinado, pierden su capacidad de flotación y se hunden. El momento de caer al fondo coincide con el momento de la transformación...
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En el propio océano intemporal se encuentran todavía hoy día algunas de las primeras formas de animales de doble vida. Son los animálculos del placton, nube de diminutos organismos que eternamente andan a la deriva. Casi todos los animales del placton, como ahora se sabe, son las formas larvales de criaturas más avanzadas...
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Si llenamos un vaso con agua del estanque y observamos con una lupa podremos ver diminutas criaturas que asumen toda clase de curiosas formas. Las hay pequeñas, del tamaño de una cabeza de alfiler, y gigantes de más de un centímetro de largo; danzan, saltan y se detienen de pronto, suspendidas y trémulas.
En ese momento acabamos de asomarnos a un rincón del universo de las larvas, que encierra las poblaciones más grandes del mundo...