—Te has vuelto muy orgulloso y estirado desde que te caíste —dijo el General-Mandamás-en-Vanguardi a-y-Retaguardia-Guillermitopat asdechivo—, aunque no encuentro en ello ningún motivo de orgullo. Y a fin de cuentas, ¿Vas a entregármela o no? Vaya si lo repararon bien! La familia hizo que le pegaran la espalda, y que le pusieran en el cuello un bonito remache. Estaba como nuevo; sólo que no podía mover la cabeza. — ¡Cómo me gustaría que el abuelo estuviese ya a salvo con su remache! —dijo la pastorcita—. ¿Crees que costará mucho? —Bien, ya estamos otra vez en el punto de partida —dijo el deshollinador—. Podíamos habernos ahorrado todo el trabajo. — ¿De veras que lo crees así? —dijo ella. Y enseguida treparon a la mesa donde habían estado antes.