Hay otro movimiento, que no deja de resultar curioso, algo que podríamos llamar “Apadrina una abeja”. La finalidad es unir los productos de las colmenas y el consumidor final, además de lograr una apicultura sostenible y respetuosa. Con 100 euros se apadrina una colmena, con 50 un enjambre; además, el padrino puede ponerle nombre.
Sin duda, este pequeño insecto, a menudo menospreciado por nosotros, se enfrenta a su particular lucha, y solo alcanzamos a intuir como sería un mundo sin abejas: se pondría... Desde casa podemos colaborar con algo más sencillo: nidos de osmia, un género de abeja solitaria e inofensiva, con alta capacidad de polinización. Son diseñados para el exterior, contribuyendo a que la polinización cercana tenga mayor calidad. Es un proyecto pionero en Córdoba, con gran acogida, incluso por aquellas personas con mayor reticencia a ello. Y es que de las 16.000 especies del planeta, solo una, Apis mellifera, pica, así que ya saben, casitas de osmia para promover la ecología urbana,... Tal es la preocupación por su desaparición que, en Londres, se han creado polinizadores artificiales, torres enormes que, a modo de cañón, dispersan el polen. ¿No sería más rentable dedicar los recursos a investigaciones y proyectos de protección de las abejas, que pensar y diseñar estas estructuras? Y es que cuidar y conservar el medio en el que vivimos es una tarea que a veces choca con otros intereses a los que no siempre queremos renunciar. Estos centinelas naturales que son las abejas indican el estado del entorno, ayudando a conservar la biodiversidad. En Alemania, por ejemplo, los aeropuertos las emplean para medir el impacto ambiental. Por otro lado, un estudio extranjero indica que las ondas telefónicas las desconciertan, haciendo que abandonen la colmena.