Y así el viejo y la vieja vivieron felices y contentos sin el lingote de oro. Debo haberla perdido –dijo- cuando trepé por el seto.
-Paciencia, querido –dijo la vieja-, lo importante es que hayas vuelto a casa. Entra, que la cena está lista. Dicho esto, el viejo hurgó todos sus bolsillos, pero la aguja ya no estaba. - ¡Hola, querido! ¿Por dónde has andado todo este tiempo?
-Por la ciudad, en la casa de un rico mercader.
- ¿Y qué te ha dado el mercader?
-Un lingote de oro tan grande como la cabeza de un caballo.
- ¿Y dónde tienes el oro?
-Lo he cambiado por un caballo.
- ¿Y dónde tienes el caballo?
-Lo he cambiado por un buey.
- ¿Y dónde tienes el buey?
-Lo he cambiado por un carnero.... El viejo le dio el cerdo al buhonero, eligió de sus mercancías la aguja más bonita, le dio las gracias y siguió su camino. Llegó a casa y, como el portón estaba cerrado, tuvo que trepar por el seto. Su mujer salió corriendo a su encuentro: