El médico, en cambio, vivió en paz hasta que la muerte se colocó en la cabecera de su cama. Aquellos fanfarrones, naturalmente, se echaron a reír. Pero la risa se convirtió muy pronto en llanto, porque el mocetón que se había fingido enfermo murió pocas horas después. Uno de los habitantes, sin embargo, un mocetón sano y robusto, se metió en la cama fingiendo estar enfermo y al borde de la muerte. Mandó llamar al famoso médico.
Cuando el médico llegó, miró a su alrededor y vio a la muerte en la cabecera de la cama.
-No hay nada que hacer –dijo y regresó de inmediato a su casa. El joven volvió a su pueblo, a casa de su madre, con todo aquel tesoro.
Allí, sin embargo, nadie quería creer en su fama.
- ¿Qué ese pordiosero ha curado a la princesa? ¡Vaya médico! –decía la gente corroída por la envidia.
Todos pensaban que el pobre infeliz se había vuelto loco. Dos días después, la princesa había sanado y el rey, como señal de gratitud, compensó al prodigioso médico con oro y piedras preciosas.