Pero esa noche las armas, lideradas por la espada del rey, volvieron a entonando su canto de paz, y de nuevo ningún soldado pudo descansar, por lo que tuvieron que aplazar la batalla de nuevo, y lo mismo se repitió durante los siguientes siete días. Al anochecer del séptimo día, los dos reyes se reunieron para ver qué podían hacer con aquella situación. Ambos estaban todavía muy enfadados por su anterior discusión, pero al poco de estar juntos, comenzaron a comentar las noches sin sueño que habían... – “Vibrad como yo lo hago. Si hacemos suficiente ruido nadie podrá dormir”.
Todas las armas le hicieron caso y empezaron a vibrar, y el ruido fue creciendo hasta hacerse ensordecedor. Se hizo tan grande que llegó hasta el campamento de los enemigos, cuyas armas, que también estaban hartas de la guerra, se unieron a la gran protesta.
Cuando amaneció, en la hora que debía comenzar la batalla, ningún soldado estaba preparado. Nadie había conseguido dormir ni un poquito, ni tan siquiera los reyes... – “A ninguno nos gusta, pero ¿qué podemos hacer?”. – “No quiero que haya batalla mañana, no me gusta la guerra”. La espada contempló horrorizada todo aquello, y se dió cuenta que el pensamiento que tenía de la guerra era totalmente falso, y decidió que no le gustaban las guerras ni las batallas. Ella prefería estar en paz y dedicarse a participar en torneos y concursos. Así que durante aquella noche previa a la gran batalla final, la espada buscaba la forma de impedirla. Finalmente, empezó a vibrar. Al principio emitía un pequeño zumbido, pero el sonido fue creciendo, hasta convertirse en un molesto sonido...