Narana empezó a caminar alegremente hacia casa. Mientras andaba, pareció oír un débil rumor, como el retumbar de un trueno lejano. Sonaba como si fuera un gigante sollozando. También a ella se le escapó una lágrima. Narana hizo lo que el gigante le ordenó. Debajo de ella comenzó a levantarse el labio a medida que Kinak inspiraba profundamente. Sopló con suavidad y Narana salió volando por los aires, dando volteretas como una peonza. Pocos segundos después aterrizó sana y salva en un blando montón de nieve. Se puso de pie y se sacudió la ropa; a pocos pasos estaba su pueblo, Tivnú. Ven, súbete a mi labio inferior y siéntate de espaldas a mí. -Gracias, Kinak, ha sido muy amable. Pero, ¿dónde estoy?
-Ah, bueno, no está lejos. Puedo soplarte hasta allí.
- ¿Cómo dice? Sin embargo, ella tenía que hablar a gritos, incluso desde su nariz.
-Kinak, tendré que irme pronto, llevo dos días de retraso y mi familia debe estar muy preocupada. -Bueno, si tienes que irte… Pero te echaré de menos, Narana. Esto es muy solitario. Aunque podré volver a estirarme y dar la vuelta. No me he movido desde que noté que estabas sobre mí, por miedo a aplastarte.