Pero todos sabemos que la dicha de unos es la desdicha de otros, y en este caso la desesperación y la tristeza invadieron a las dos hermanas mayores. Tanto fue así que ambas acabaron con su vida, colgadas o ahogadas, por no poder soportar el haber rechazado a aquel preciado esposo. La vida siguió y un día, mientras hacían vida de marido y mujer, el diablo hizo una visita a Piel de Oso, y le dijo que se había cobrado dos almas al precio de una, las almas de las hermanas de su mujer. No todo podía... La hermana mayor le sirvió y la novia, toda vestida de negro, no reaccionó ante él, como si nunca antes se hubiesen encontrado. Piel de Oso comentó al hombre mayor que se casaría con una de sus hijas, y, al contrario que hacía tres años, la mayor y la mediana corrieron a sus alcobas para engalanarse y acicalarse. Entretanto, el prometido, todo un galán, deslizó la otra mitad del anillo en una copa de vino, y se la dio a su prometida. Al beber de la copa y encontrar el anillo, supo que aquel apuesto... Pasaron los siete años del desafío de Piel de Oso y, sin esperar un momento más, acudió al diablo en persona para demostrar que había cumplido su promesa. En primera instancia, y haciendo honor a su palabra, el diablo rapó su cabellera, cortó sus uñas y le dio un baño a conciencia, para eliminar toda la suciedad que Piel de Oso había acumulado. Reconfortado y como nuevo, Piel de Oso demandó al demonio que recitase la palabra del Señor, algo que ofendió tremendamente al Mal. Éste le espetó que cómo... Irremediablemente, y así él lo pensaba, iría a prisión para pagar por ello.
Conmovido y comprometido, Piel de Oso saldó la deuda del anciano con el posadero, y además hizo entrega al viejo de una bolsa repleta de monedas de oro.
El viejo, como muestra de gratitud, le ofreció la mano de una de sus hijas, sin consultar cómo reaccionarían éstas al ver a Piel de Oso… La primogénita huyó despavorida, aterrada, de lo que vio. La mediana lo insultó, aclarando que era peor que el hecho de que un oso... A mitad de desafío, posiblemente en el cuarto año, el soldado se topó con un anciano que se estaba quejando de forma muy lastimera. Entre llantos y sollozos, le confesó que había perdido todos sus bienes y monedas, y que para colmo estaba endeudado. La deuda llegaba hasta tal punto que ya no se veía capaz de mantener a sus hijas y de pagar lo que correspondía al posadero.