Y propinó al suelo una patada tan violenta, que se hundió en él y desapareció para siempre. El príncipe, el hijito de la reina, jamás tendría que marchar de palacio. — ¡Tramposa, más que tramposa! —exclamó—. ¡Eso no vale! El extraño enano lanzó un agudo chillido y pateó, el suelo lleno de rabia. —No me rindo. Te llamas… ¡Rumpelstiltskin! — ¡No, no, no! ¡Ríndete de una vez!