Tan pronto la bobina terminó de hablar, el débil anciano se desplomó en el suelo con lágrimas en los ojos. Mirando hacia la ventana, dedicó los últimos instantes de su vida a contemplar las aves que revoloteaban en el cielo. – Te advertí que tuvieses cuidado – dijo entonces la bobina – Has perdido tu tiempo miserablemente sin disfrutar la vida y ahora no puedes volver atrás. En pocos minutos morirás sin haberle sacado provecho a tu existencia. Un sentimiento de angustia invadió al rey convertido en anciano y cuando quiso devolver el hilo a la bobina se dio cuenta que ya era demasiado tarde. Al mirarse en el espejo, el rey descubrió que su aspecto había cambiado enormemente. Ya no tenía corona ni barba. Sus ojos se habían apagado y su piel estaba arrugada y huesuda. Sin duda, había pasado mucho tiempo, y en la bobina el hilo se había desenrollado por completo. Con el mismo entusiasmo de antes, el rey desenrolló el hilo, una y otra vez hasta que notó que el tiempo había pasado de un golpe. La bella reina se había convertido en una anciana de pelo blanco como la Luna y sus hermosos hijos eran ahora jóvenes apuestos y grandes como lo fue él.