Nada, nada, es sólo la rana del pozo. Quiere que le corte la cabeza, pero me da no sé qué.
-Anda –dijo la madre-, córtale la cabeza a la pobrecita si realmente es eso lo que quiere.
La muchacha se incorporó y le cortó la cabeza a la rana macho. Y en cuanto la cabeza quedó separada del cuerpo, la rana se transformó en un bellísimo príncipe, que se casó con la muchacha y vivieron siempre juntos, felices y contentos. La rana macho cogió el hacha y croó:
Córtame la cabeza, niña bonita,
córtame la cabeza, mi mujercita.
- ¿Qué ocurre? –preguntó la madre. Tráeme un hacha, niña bonita,
tráeme un hacha, mi mujercita.
- ¿Qué ocurre? –preguntó la madre.
-Nada, nada, es sólo la rana del pozo, que quiere un hacha.
-Entonces ve –dijo la madre-, y tráele el hacha a la pobrecita.
La muchacha se incorporó y le llevó el hacha a la rana. Hazme la cama, niña bonita,
hazme la cama, mi mujercita.
- ¿Qué ocurre? –preguntó la madre.
-Nada, nada, es sólo la rana del pozo, que quiere dormir.
-Pues anda –dijo la madre-, y acuesta en la cama a la pobrecita.
La cama se incorporó y llevó a la rana macho a la cama.
En cuanto estuvo en la cama, la rana macho volvió a croar: Hazme de comer, niña bonita,
hazme de comer, mi mujercita.
- ¿Qué ocurre? –preguntó la madre.
-Nada, nada, es sólo la rana del pozo, que quiere comer.
-Pues anda –dijo la madre-, dale de comer a la pobrecita.
Cuando acabó de comer, la rana macho apartó el plato y volvió a croar: