Dos Ojitos, al ver el arrepentimiento de sus hermanas, las perdonó y las acogió en el castillo, donde todos vivieron felices y en plena armonía. Dos Ojitos vivía feliz y en paz hasta que llegaron cierto día al castillo dos pobres mujeres pidiendo limosna. Dos Ojitos las reconoció al instante: eran sus hermanas, las cuales, a la muerte de su madre, habían caído en tal estado de miseria que tuvieron que pedir la caridad por todo el reino. Al poco tiempo, como el joven caballero se había prendado de ella, se casaron y, para celebrar el feliz acontecimiento, se organizaron grandes y alegres festejos. El caballero subío a Dos Ojitos a la grupa del su corcel, y sin despedirse ni de su madre, ni de sus hermanas la llevó al castillo de su padre, el rey. Éste dio órdenes para que vistieran a la joven con regios vestidos y le dieran toda la comida y bebida que quisiera. - ¡Oh! – respondió Dos Ojitos-. Padezco de hambre y de sed, de pena y de ansiedad desde que nace el día hasta que muere el sol. Lo que más te agradecería es que me libraras de esta terrible situación. Sólo así podría ser feliz.