Amadeo siempre fue incauto y majadero, hasta el final. El león no fue el único que escuchó la llamada del oso. Un gran oso pardo que se sentía muy solo la oyó y apareció por entre los árboles, con su gran corazón pardo lleno de amor.
Pero no encontró a su novia. Allí sólo estaba Amadeo. Sin embargo, sonrió mostrándole todos los dientes, y... ¡se lo comió de un solo bocado! Entonces, por entre los árboles apareció un gran león hambriento pensando que su pareja le llamaba porque había encontrado algo suculento para comer. Cuando vio al viejo Amadeo, sonrió mostrándole todos los dientes.
Veloz como el rayo Amadeo tocó la flauta para imitar el sonido del oso pardo. El león se asustó tanto que huyó a través del bosque, como si lo persiguiera un verdadero oso pardo. El ciervo no fue el único animal que oyó la llamada de su flauta. Un gran gato montés se acercó por entre los árboles, relamiéndose al pensar en el ciervo que se comería para cenar. Y al ver al viejo Amadeo se alegró todavía más; le mostró todos los dientes con su amplia sonrisa.
La escopeta de Amadeo estaba descargada. Rápido como un rayo, sopló en la flauta, imitando la llamada de un león. El gato montés se asustó tanto que salió corriendo por el bosque, como si le persiguiera un verdadero león. Amadeo, enfadado, salió del almacén y se marchó a las Montañas Nubladas con comida abundante, su flauta y una escopeta.
Dicen que penetró en un bosque de robles y con la flauta imitó el sonido de un ciervo.
En efecto, un cervatillo rojo lo oyó y salió de entre los árboles. Con mucha calma, Amadeo cargó el arma y apuntó.