- ¡No importa! -dijo el viento-. Habrá otro arco iris mañana. Y si no, la semana próxima.
-Y yo podré tenerlos de nuevo en la mano -dijo Juanito orgullosísimo. - ¡Es verdad! -dijo Juanito.
-Abre la mano -le ordenó el viento. Juanito extendió la mano, en la que guardaba el arco iris, y el viento le sopló como se hace con unos tizones para avivar el fuego. Y al soplar, el pedazo de arco iris fue creciendo y creciendo hasta llegar al punto más alto del cielo. No era un arco iris simple, sino que se había convertido en dos, y el de debajo resultaba ser el más grande y brillante que Juanito había visto en su vida. Muchos pájaros se asombraron tanto al verlo,... Y se marchó bailando para enseñárselo a todo el mundo.
Juanito se quedó tristísimo con la pizca de arco iris que aún le quedaba. Al momento, oyó un susurro, se dio media vuelta y vio los volatines de su amigo, el viento del oeste, vestido de amarillo, marrón y rosa.
-Bueno -dijo el Viento-. ¡El genio de la cascada ya te advirtió que es difícil conservar un arco iris! Y aunque ya no lo tengas, eres un
chico con suerte. Puedes oír mi canción y has crecido tres centímetros en un solo día. Bueno, ¿qué iba a hacer él? Sacó del bolsillo lo que le quedaba del arco iris y vendó con éste la pierna de Marita. Pero todavía pudo quedarse con un trocito muy pequeñito que sobró.
Marita estaba embelesada viendo el arco iris alrededor de la pierna.
Gritaba…
- ¡Es maravilloso! ¡He dejado de sangrar! -Más vale que no sigas comiendo -dijo la señora.
Juanito guardó en el bolsillo el pedazo de arco iris. Ya no quedaba mucho.
Cerca del molino de viento donde vivía, su hermana Marita le salió al encuentro. Tropezó con una piedra, cayó al suelo y se hizo una herida en la pierna. La herida sangraba, y Marita, que sólo tenía cuatro años, empezó a llorar.
- ¡Mi pierna! ¡Me duele muchísimo! ¡Por favor, Juanito, ponme una venda, date prisa!