Y así lo hizo el pequeño Mhamud. Ahora contaba con una gran suma de dinero para invertirla y volverse un hombre de bien. Sin embargo, y aunque el tiempo pasó, Mhamud nunca olvidó a Simbad, y cada vez que podía se sentaba a recordar aquellas historias tan emocionantes que le había contado. – Mhamud, durante todos estos días has aprendido algo muy valioso. Recuerda que el destino pertenece a cada uno de nosotros y que debemos luchar con todas nuestras fuerzas por las cosas que queremos. Ya tienes dinero suficiente para empezar una nueva vida. No lo malgastes y empléalo con juicio. La admiración de Mhamud por los relatos de Simbad crecía cada día más. ¡Qué aventuras tan emocionantes! Todos los días acudía el chico para oír nuevas historias, y así estuvo haciéndolo durante una semana. Por supuesto, cada vez que se presentaba, Simbad le regalaba cien monedas de oro. El último día, Mhamud y Simbad se despidieron amablemente. – Así mismo es. Una especie de talismán por la que me pagaron una gran fortuna tan pronto regresé a casa. – Un objeto… ¿De oro? – preguntó impaciente el pequeño.