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Adorna la sencilla campesina
con rojas amapolas
de su cabello los flotantes rizos,
cuando en la cristalina
fuente de mansas olas
mira copiarse, alegre, sus hechizos.
La suntuosa estancia
donde en dorados búcaros consume
la flor de extraños climas sus corolas,
llena está de su célida fragancia;
llena de su perfume
la iglesia humilde de la pobre aldea;
flores lleva en la falda
la niña que en los prados juguetea;
de flores es la púdica guirnalda
que al pie del altar ciñe
la nueva esposa, cuyo rostro tiñe
vergonzoso el rubor de los amores;
cubren las frescas flores
del triunfador la clamorosa vía;
mústianlas en sus frentes
las impuras bacantes de la orgía;
cuídalas la doncella
que en la estrecha ventana,
para reír con ella,
las ve el cáliz abrir cada mañana.
El goce, que no dura,
ama las tiernas flores fugitivas;
la fría sepultura
ama las inmortales siemprevivas...
Adorna la sencilla campesina
con rojas amapolas
de su cabello los flotantes rizos,
cuando en la cristalina
fuente de mansas olas
mira copiarse, alegre, sus hechizos.
La suntuosa estancia
donde en dorados búcaros consume
la flor de extraños climas sus corolas,
llena está de su célida fragancia;
llena de su perfume
la iglesia humilde de la pobre aldea;
flores lleva en la falda
la niña que en los prados juguetea;
de flores es la púdica guirnalda
que al pie del altar ciñe
la nueva esposa, cuyo rostro tiñe
vergonzoso el rubor de los amores;
cubren las frescas flores
del triunfador la clamorosa vía;
mústianlas en sus frentes
las impuras bacantes de la orgía;
cuídalas la doncella
que en la estrecha ventana,
para reír con ella,
las ve el cáliz abrir cada mañana.
El goce, que no dura,
ama las tiernas flores fugitivas;
la fría sepultura
ama las inmortales siemprevivas...