Jamás las aguas o los vientos del Rhin ensayaron sinfonías semejantes a las de aquel niño prodigioso y aquel sordo sublime, que se llamaron Mozart y Beethoven; ni los ruiseñores de Polisipo dieron el original de una sola de las frases celestes que en el pentagrama estamparon Paisiello y Bellini. Co ellos lo ideal, lo infinito, penetra hoy en nuestros sentidos terrenos, o por la voz del hombre o por las orquestas y órganos y pianos, lenguas sobrehumanas de los teatros, plazas y templos.
Con cariño, para todos los músicos.
Con cariño, para todos los músicos.