Nuestro señor Don Quijote, apaleado y maltrecho por dar rienda suelta a la loca de la casa, como llamó Santa Teresa a la fantasía, debiera ser ejemplo constante para que no viésemos castillos donde sólo hay molinos de viento, y para que supiésemos distinguir entre una manada de pacíficas ovejas y un ejercito destructor. Sin embargo, nosotros seguimos empeñados en ver las cosas a través de cristales de nuestra inspiración, y... ¡Así nos luce el pelo!