Los árboles, estos monumentos de belleza cantados por los poetas, adorados por los hombres en tiempos antiguos, por su belleza, por sus productos, por sus incalculables y esternos servicios, por las influencias en la naturaleza y por las cualidades que poseen, merecen el amor y el respeto del hombre.
Todos deberíamos emprender una campaña en favor del árbol; pero que fuese tan eficaz que no quedase ni un sólo indivíduo que se atreviese a maltratarlos, que nos construyéramos todos en sus defensores, que llegásemos a ser tan amigos de los árboles como los árboles lo son del hombre, que después de estar constantemente y durante toda su vida prestando beneficios y embelleciendo la naturaleza, al nacer lo recoge entre cuatro tablas de una cuna y al morir nos despide entre las cuatro tablas de una caja mortuoria.
Todos deberíamos emprender una campaña en favor del árbol; pero que fuese tan eficaz que no quedase ni un sólo indivíduo que se atreviese a maltratarlos, que nos construyéramos todos en sus defensores, que llegásemos a ser tan amigos de los árboles como los árboles lo son del hombre, que después de estar constantemente y durante toda su vida prestando beneficios y embelleciendo la naturaleza, al nacer lo recoge entre cuatro tablas de una cuna y al morir nos despide entre las cuatro tablas de una caja mortuoria.