Buenos días para todos.
Esta mañana me he duchado, me he vestido de imaginación, he cogido una mochila y la he llenado hasta los topes con una cantimplora de agua, una merendera con una tortilla de patatas, un meloncete que tenía por aquí, de Villa Conejos, una navajilla albaceteña, y un libro. Me he sentado en el primer banco que he visto que daba la sombra y me he puesto a dar buena cuenta de lo que tanto necesitaba mi estómago, y tanto pesaba en mis espaldas.
La vista desde aquí, desde El Cerro de la Virgen de la Cuesta, es una alegría para los ojos, tanto si miras a la derecha como a la izquierda, para arriba, o para abajo. El día está claro, el cielo se ve completamente azul, sin una sóla nube que enturbie su color y el sol brilla y calienta como una brasa.
Ahora, como todavía es pronto para regresar al pueblo continuaré leyendo plácidamente el libro que comencé ayer, acompañada por el silencio y la paz que me regala este Cerro.
Esta mañana me he duchado, me he vestido de imaginación, he cogido una mochila y la he llenado hasta los topes con una cantimplora de agua, una merendera con una tortilla de patatas, un meloncete que tenía por aquí, de Villa Conejos, una navajilla albaceteña, y un libro. Me he sentado en el primer banco que he visto que daba la sombra y me he puesto a dar buena cuenta de lo que tanto necesitaba mi estómago, y tanto pesaba en mis espaldas.
La vista desde aquí, desde El Cerro de la Virgen de la Cuesta, es una alegría para los ojos, tanto si miras a la derecha como a la izquierda, para arriba, o para abajo. El día está claro, el cielo se ve completamente azul, sin una sóla nube que enturbie su color y el sol brilla y calienta como una brasa.
Ahora, como todavía es pronto para regresar al pueblo continuaré leyendo plácidamente el libro que comencé ayer, acompañada por el silencio y la paz que me regala este Cerro.